Tuvo
que encontrar formas nuevas de calmar el hambre, de curar sus heridas, de ganar
un lugar en el mundo… sin importar cuanto costara eso. Nació para alimentar de
otra forma sus esperanzas, para atizarlas con otro fuego o para alcanzarlas por
caminos que no todos transitamos, traspasando más fronteras de las que hubiera
podido imaginar en sus primeros años, transgrediendo sus propias reglas que
nada tienen que ver con las que han querido imponerle a costa de sangre,
pólvora y miseria. De sí mismo. Recorrió más caminos que nosotros tratando de
encontrarse a sí mismo, procurando asegurarse de no hacerlo en su tumba, ni en
la cárcel, que es una muerte peor que la muerte. Buscando formas de domar sus
miedos, sólo había podido hallar en la selva de sus afanes los monstruos que
traía en sus entrañas y quiso, más que nada, matar en su interior a ese niño
maltratado de palabras, golpeado y que no tuvo la forma de hacer nada frente a
ese que, a la vez, abusaba de su madre, que la buscaba a los trancazos y la
accedía como si fuera una bestia y no la diosa que lo había amamantado en medio
de la miseria. Descubrió que el arma más poderosa que le había dado su dios
eran la furia indomable, la frialdad decidida y precisa de sus manos y sus ojos
secos de resentimiento, la llaga que se le había venido abriendo en el alma y
le negó la oportunidad de vivir su infancia y su adolescencia como los otros,
como nosotros. Pero su lenta metamorfosis no fue advertida por nadie. La
podredumbre en la que se fue sumergiendo lo mantuvo a salvo hasta ahora que se
ha encontrado, sin esperarlo, en medio del infierno que construyó con sus
propias balas, con su propio aliento envenenado, con su repugnante orgullo de
cazador de indefensos. Se sintió traicionado y, por primera vez tiene miedo. Miedo
de su propia muerte… en este lugar donde lo he encontrado no tiene como
espantarla.
RECORTES DE PRENSA,
DIARIO LA PIRAGUA
Siendo
las 06:00 de la mañana de hoy, se recibió en el VI Distrito de Policía con sede
en La Candelaria, a alias El Hermano, capturado en San Pedro el viernes pasado,
sindicado del asesinato del doctor R. en hechos ocurridos el pasado 26 de abril
en el vecino municipio de Barrancas.
*
En
audiencia de legalización de captura e imputación de cargos, le fue dictada
medida de aseguramiento intramural al presunto autor material del asesinato del
ex alcalde de Barrancas, luego de haber sido capturado en el desarrollo de
intensos operativos desplegados por los sures del Magdalena, Sucre y Cesar, el
centro de Bolívar y toda la Depresión Momposina, después de la orden impartida
por el ministro de Defensa quien se trasladó a Barrancas a pocas horas del
atentado, en donde presidió un Consejo de Seguridad.
*
El día de ayer se llevó a cabo a
las 10:20 de la mañana en el Juzgado Segundo Promiscuo municipal de La
Candelaria, con funciones de control de garantías, la audiencia donde el fiscal
seccional 23, le imputara el cargo de homicidio agravado, y presentara pruebas
tales como la coincidencia con el retrato hablado y el señalamiento de varios
testigos. El sindicado no se allanó a los cargos.
*
A las 09:30 a.m. el joven sindicado fue
recluido en la cárcel del Distrito Judicial de La candelaria, Depresión
Momposina, mientras se adelantan las siguientes etapas del proceso. De resultar
responsable de los hechos que se le imputan, el sindicado podría purgar una
pena entre 400 y 600 meses de reclusión.
*
En la tarde de este miércoles en el
Juzgado Único Penal del Circuito de La Candelaria, con funciones de
conocimiento, se llevó a cabo la diligencia de audiencia preparatoria contra el
presunto responsable del asesinato del ex alcalde de Barrancas. Durante la
audiencia las partes aportaron las pruebas que se usarán durante el juicio que
arranca el próximo 8 de noviembre.
Como se conoce el presunto asesino,
está cobijado con medida de aseguramiento sin beneficio de excarcelación y se
encuentra recluido en la cárcel de La Candelaria, desde el pasado mes de mayo
cuando se produjo su captura en San Pedro, Sucre, luego de permanecer
escondido por varios días en su tierra natal.
LOS HECHOS
La bala empezó su
recorrido irreversible. Había comenzado a rotar rompiendo el viento en su
trayectoria helicoidal semiparabólica en busca de su objetivo. Un espejo refleja
un rostro inquieto al fondo de un zaguán
de la cárcel de La Candelaria. El hecho había ocurrido hacía ya un año
y, a pesar de todo, él confiaba en que todo podría salir como se lo habían
prometido. A partir de ese momento las
cosas habían empezado a contar, de nuevo: El movimiento, el sonido, el tiempo:
el movimiento que se ha hecho cauteloso en los mejores de los casos, el sonido
que, las más de las veces altera, el tiempo que marca cada vez más lento el
paso de la justicia, cada vez más urgido el tránsito del recuerdo al olvido, de
la cuenta regresiva con la certeza del nockout en la barbilla.
Nadie
lo vio bajarse de la moto que lo había transportado, nadie vio al muchachito
que vino a ganarse unos pesos en su mototaxi, ni al otro que vino a ganarse
unos pesos con una vuelta brevecita, me
esperas, yo me devuelvo enseguida, pero a las pocas horas nadie ignoraba
que el hombre azaroso que a varios había pedido colita en el camino de la
montaña, había venido a darles la cuota inicial de las rondas ponzoñosas de la
muerte a las cuales se habían desacostumbrado, a pesar de que sus títeres
seguían resguardados en sus madrigueras, aguardando su guiño tormentoso. Su
seña insidiosa. Ambas noticias me las habían dado por teléfono: Su asesinato y Su condena. Una ráfaga súbita de voces discordantes
resuenan haciendo ondear las cortinas del alma con dos acentos distintos y
hermanados: Mataron a tu tío. Le dieron
cuarenta años. Suena el silencio como una campana tras el ondear de
cortinas, hasta que, lejana, se oye golpear una puerta. La puerta de la muerte
que da inicio, de nuevo, a su juego, en la calle.
EL DOCTOR
El
cuarentón le sonríe al veinteañero, pero este no le corresponde el gesto más
llevado por el formalismo que por la sinceridad. Y en esta falta de
correspondencia de una mirada y una sonrisa, en ese detalle tan mínimo para
muchos, tuvo el Dr. Cuadrado la certidumbre de que el proceso que iniciaban a
enfrentar no era tanto para demostrar la presunta inocencia del sindicado que
en este momento tenía enfrente, sino para demostrarse a sí mismo que podía
mantener la distancia profesional necesaria, contrario a lo que había tenido en
mente desde los años en los que se sintió huérfano con la aniquilación de sus
admirados cuadros de la UP que, como él mismo me contó hubiera querido, no fue
el final de esa historia de muertes que desde abril del ochenta y cuatro, con el
asesinato de Lara Bonilla, no nos han permitido un espacio para reponernos de tanta
desolación y tanto dolor. Quise yo mismo matarlos con mis propias manos si los
hubiera tenido enfrente. Durante mucho tiempo aun sabiendo que casi todos
habían sido asesinados al poco tiempo, me retorcí en mis adentros con la idea
de tomar justicia por mi propia mano en contra de esos sicarios de mierda y sus
jefes… Cuando pensamos que al fin se darían por saciados, con Pardo Leal y
Jaramillo Ossa, lo que hicieron fue ensañarse más, consolidando el
paramilitarismo y sus orgías de sangre, incluso de sangre y música, como en El
Salao, donde estos hijueputas hasta jugaron fútbol durante tres días con la
cabeza de sus víctimas.
Tomó
el caso por solidaridad con la madre de El hermano, a quien conocía desde su
infancia. No supe cómo decirle que no. Ni siquiera le pedí que me pagara. Yo le
creí que su hijo era inocente, pero al verlo, me convencí de lo contrario.
30
de Mayo de 2002, el veinteañero se encuentra en el catre que le tocó en suerte
en la cárcel de La Candelaria. El doctor lo mira de pies a cabeza tratando de
ocultar su desprecio. Desde la ventanita se podía ver la cancha de La Placenta
donde varias veces me senté con el Dr. Cuadrado a conversar sobre el proceso.
Estaba en cama leyendo un periódico viejo cuando llegué por primera vez. El
olor de la cena que empezaban a preparar ya a esa hora, llegaba desde una parte
difícil de definir del centro carcelario. No cruzamos palabra. Luego de varias
semanas dijo que no diría nada y que no se defendería, sin levantar la vista
del periódico que siempre leía con varios días de atraso. No aceptó haber
disparado. Tampoco dijo que fuera inocente. Es mejor así, me dijo. Sólo en las
audiencias dijo algunas cosas más bien erráticas y que, finalmente, no logró
refrendar en busca de demostrar su presunta inocencia. Hasta el momento no he
encontrado la forma de decir a su madre que va a ser condenado por la ley, pero
que, lo más seguro, ya tiene dictada la sentencia por esos mismos que lo hicieron
verdugo del Dr. R. Adelgazó mucho en estos meses del proceso. Cada vez lo veía
más preocupado, más inquieto y temeroso. A estas alturas ya no me produce
rechazo, ha venido pasando ese rencor a cambio de una lástima. Teme por su vida:
está en un callejón sin salida, mejor, con una única salida que ya ha sido
señalada, sentenciada desde que le fue encargado ese asesinato, si lo llegaban
a apresar. Sé que su silencio es, precisamente, por este temor.
LA CÁRCEL
A
la cárcel de La Candelaria se llega por la avenida del Almotasín, apenas al
entrar, viniendo de Barrancas y se entra por un costado de los talleres de
carpintería y soldaduras, por un zaguán que desemboca a un patio oscuro,
enmarcado por columnas, lleno de huecos y maloliente, alrededor del cual se
encuentran la mayoría de las celdas, mayoritariamente atestadas de hombres sin
camisa apeñuscados a las rejas de las entradas. Un ligero olor a detergente y
desinfectante sale desde el fondo, por un pasillo laberíntico que lleva a los
baños, la cocina, el comedor y la zona de lavandería. Un olor ubicuo que no
logra ocultar otro, más denso y penetrante, a alcantarilla. Atravieso la cárcel
tratando de no llamar la atención de los reclusos que, a vuelo de pájaro,
resienten más las condiciones medievales de su reclusión que el encierro mismo.
A la segunda vez que vuelvo al penal, ya todos saben que soy periodista y que
me dirijo a la celda de El Hermano. Todos me siguen al atravesar el patio
gritando aferrados a los barrotes: Se quejan de la falta de agua, de la comida
insuficiente y pésima, de la lenta atención médica y la escases de
medicamentos, de los ratones, las cucarachas, la maleza que se trepa por las
paredes desde afuera, del hacinamiento y de la falta de camas: muchos duermen
sobre cartones, tirados en el suelo. Cada celda tiene sólo una hamaca y un
camarote para dos colchones. Son muy pocos los que no pegan su cara a los
barrotes para gritarme algo, cada vez que paso: son los veteranos que saben que
de nada sirve pedir a un periodista que te cambie la vida, no en un sistema
penitenciario como el colombiano en el cual hay unos 116000 reclusos, en 142
penales con capacidad para 75000. De vez en cuando me acerco a otras celdas a
tomar notas de lo que me dicen y de inmediato se me pega a la cara una costra
asfixiante de sudor, orina y calor, expelidos por los 26 cuerpos apiñados en la
caja de tres por cuatro metros en que los tienen metidos. Es imposible no
sentir nauseas. Este es el sector de los condenados. Quienes apenas están en el
proceso tienen un poco más de comodidad, menos hacinamiento, por lo menos, como
El Hermano que, además de estar en espera de su pronta condena es mantenido
aparte por la posibilidad de que sea asesinado en la misma cárcel, si se le
tiene con los demás. Casi nunca coincide con el resto. Sin embargo, él siente
que esta situación lo pone más en riesgo que si estuviera en la zona de las
palomeras, como ellos les dicen.
FRAGMENTOS DE CARTAS DE
EL HERMANO
¿Qué
pudiera yo decirte hermano? Acá todos los días son completamente iguales. A
veces, en realidad muchas veces, me siento completamente desesperado,
desesperanzado. Siempre es lo mismo, todo… siempre tengo en este rincón de la
habitación, de la celda, donde te sientas cuando has venido a verme, unos
cuantos cigarrillos, y en el otro mi cepillo, la crema dental, el jabón y el
desodorante, un poco más allá un par de mudas de ropa. ¡Gracias a Dios no nos
tienen uniformados! Por las mañanas, cuando me levanto, luego de dar muchas
vueltas en la cama tratando de adivinar los movimientos en las otras celdas y
los pasillos, en mitad de la penumbra, pretendiendo, a la vez, que mis ojos
puedan traspasar el concreto del techo y adivinar el sol naciendo sobre Perijá
y explayándose sobre Zapatosa, cuando al fin me levanto, ya sé de qué tamaño y
qué forma será la fila junto a los baños y que a las ocho menos cuarto nos
estarán sirviendo esa cosa que aquí llaman comida y a las nueve menos cuarto
estaremos en el taller de carpintería. Sé, también, que pasados diez minutos de
las doce, con puntualidad inquebrantable, nos ordenarán en voz alta que vayamos
a recibir el almuerzo y luego volver al taller hasta el final de la tarde. Sé,
claramente lo que sucederá cada día, a menos que vengan los médicos o el grupo
de señoras cristianas que vienen a hablarnos de la misericordia del Señor y del
arrepentimiento, pero estás visitas también están predefinidas y son sólo otra
parte de la monotonía, no un escape de ella. Luego de cenar vamos directamente
a las celdas y, puntualmente, a las siete treinta estoy en la cama esperando a
que pasen a contarnos desde el otro lado de las rejas y a eso de las ocho y
cuarto suena el timbre para apagar las luces de las zonas comunes y terminar de
hundirnos en una soledad que, al pasar del tiempo se va haciendo más difícil de
manejar. Irreparable.
*
Hoy,
como siempre, me he levantado pensando en ti, má. Cada rato me vienen a la
cabeza todas las cosas que me decías. Ojala me las pudieras volver a repetir… Tenías
miedo de que yo viniera a parar en estas y, ahora, tienes miedo de que me pase
algo. Lo que más quiero es que estés bien, que nada malo te pase. Me haces
falta… extraño mucho ir a verte y llevarte alguna cosita. Acá la paso mal, muy
mal, no sabes ¡cómo quisiera poder darte un abrazo! El Dr. Cuadrado ha querido
ayudarme, pero no hay mucho que hacer, madre. El otro día me trajo a los niños
pero no he podido verlos, no los dejaron entrar. Verlos hubiera sido un alivio
en medio de esta miseria de vida que llevamos aquí. No nos tratan como gente,
nos miran y nos tratan con desprecio, acá nos tienen para ocultarnos del resto
de la sociedad, este es el lugar más profundo y oscuro, más lejano del mundo
donde nos han podido meter, donde no tenemos derecho a nada más que una
repetición de cosas entre el amanecer y el atardecer, antes de las noches
tristes de todos los días. De vaina no se vuelve uno loco aquí. Tengo un alto
precio que pagar, acá o fuera, pero lo tendré que pagar y lo voy a pagar con
tal de que no te pase nada a ti, ya no más. Nunca más. Eso es lo único que me
queda y es mejor que sea yo quien pague, no tú. Tú ya no debes sufrir más,
tampoco los niños. Cuídate. Cuídalos. No sé si pueda salir algún día de acá,
por lo menos vivo.
LA CONDENA
¡Ya
han cogido a varios de nosotros desde que se dejó coger El Hermano! ¿Qué no ha
hablado? No estoy tan seguro… ni me importa si no ha tenido nada que ver… y si
no ha sido así ¿cómo será, entonces, cuándo se le dé por hablar? ¿Hace cuánto
les dije que tenían que quebrarlo? No ha dicho nada en las audiencias, pero uno
nunca sabe… Tienen que buscar la forma de meterse a la cárcel o hacerlo desde
dentro. Me avisan cuando esté listo.
*
JUZGADO
ÚNICO PENAL DE LA CANDELARIA
Avda.
del Almotasín, No. 5 – 82, Plaza Roja, Edificio El Pescador.
CAUSA:
Juicio Oral 26/04
En
La Candelaria, a 31 de Mayo de 2004.
SENTENCIA NÚM. 43/04
Vistos
por mí, Marcela Arenas Franco, Magistrada del Juzgado único penal de La
Candelaria, Depresión Momposina, los presentes autos de Juicio Oral seguidos en
este Juzgado con el número 06/04 dimanante del procedimiento 29/03 del Juzgado
Segundo Promiscuo por delito de Homicidio Culposo, siendo acusado B. P., con
Cédula de Ciudadanía XXX.XXX.XXX, nacido en Mompox el 29/02/82, con antecedentes
penales, detenido por esta causa, defendido por el Dr. Carlos Cuadrado, siendo
parte acusadora en este procedimiento el señor Fiscal, Dr. Eugenio Ospino, con
la defensa del Dr. Pablo Puebla.
*
FALLO
Que
debo condenar y condeno a B.P. como autor material criminalmente responsable
del delito de Homicidio Culposo, sin la concurrencia de circunstancias
atenuantes o modificativas de la responsabilidad criminal, a la pena de 480
meses de reclusión en establecimiento carcelario, sin cabida a beneficio de casa
por cárcel o de excarcelación al considerársele como peligroso para la sociedad
y, por ende, para las víctimas colaterales de su hecho delictivo.
Notifíquese
esta resolución con la advertencia de que contra la misma puede interponerse
recurso de apelación ante el Tribunal
Superior de Mompox en el plazo de DIEZ días a contar desde esta
notificación.
Así,
por esta mi sentencia, lo pronuncio, mando y firmo.